Ant. Sig.

El hogar de Rimbaud, redescubierto por un destino adversamente escrito en los años iluminados de su adolescencia, sólo podía oscurecerse definitivamente en la aventura absurda de Abisinia.

José Antonio Robés

El hogar de Rimbaud, redescubierto por un destino adversamente escrito en los años iluminados de su adolescencia, sólo podía oscurecerse definitivamente en la aventura absurda de Abisinia.

2015

DIMENSIONES

40 X 60 cm

TÉCNICA

Fotografía color

ADQUISICIÓN

Producción propia, 2015

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El que a tu sombra gime como trémula gema. El que pasa, el que extiende, el que aspira y olvida. El que besa, el que tiembla y se transforma. El que gime.

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Tengo una hora para escribir y otra para no escribir. Ambas son la misma hora, es decir, la misma escritura.

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Abrázame ahora mismo. Vuelvo desnudo con un cesto de uvas al lagar de tus padres. No me preguntes nada.

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El vino es un culto. Él es culto. Tengo una relación culta con el vino. Beber no es una manera de tragar. Vivo sin beber en mí.

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Palabras que sugieren y palabras que hunden. Palabras que engarzan ya sin engarces. Palabras como derivas. Palabras.

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Literales, las jambas, siempre sumisas a severos dictámenes, aportan nueva maraña de sentidos.

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En el tiempo de los grandes prodigios, fuimos el nido de la revelación; y en nuestra luz pudo aposentarse la luz. Somos luz de la luz, sustento de los tronos.

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Llámame, pero solo cuando el timbre seas tú. Llamó a mi puerta, y la puerta era él.

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Si abro un libro es porque ya he cerrado un hombre. Una lectura nueva de lo caduco es la máxima vanguardia. Los langostinos no invitan a leer a Kant.

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El símbolo es el verdadero metal de la falsa medalla honorífica.

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La memoria es la prostituta del recuerdo. De lo único que la memoria nos informa es de los datos del olvido. Toda memoria inventa sus genealogías.

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Quiero su voz, no el eco de unos pasos caídos; mi muerte, si es que puedo llegar por fin a ella. La casa está vacía. Viento largo; ¿lo sientes? Alguien debe morirse al compás de esta noche.

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Dejar de serlo tras de haberlo sido. Dejar de amar después de haber amado. Dejarlo todo y no haber dejado nada que no estuviera ya perdido.

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Fumo Goya aunque lo que me hubiera gustado fumar es Velázquez.

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Solo por la enfermedad del padre sana el hijo.

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De pupitre a pupitre —más veraz que nosotros—, de aquellos dos mensajes cruzados a hurtadillas, reprodujo el secante: oím roma, oím roma.

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Todo fue una mentira, puesto que la columna del verbo, que yo daba sepultada por siempre, me esclaviza de nuevo con la ajorca nefasta de sus letales aros de liturgia y de oráculos.

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Quien, entonces, podía imaginarlo, amor mío; alma y cuerpo en un solo y unísono destello.

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El teatro solo es teatro de verdad cuando es teatro de mentira. Lo que debe correr en el espacio del teatro no es el tiempo, sino el espacio mismo. Por eso todo lo teatral es ahistórico.

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La vestidura está más vestida que el vestido. Por eso desnuda. Como la vida la ropa está siempre mal usada.

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Amar es hallar en cada momento una hora que los demás no encuentran. Cuando llega la hora, resulta que no era esa.

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El niño que fui es el miedo que soy

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Algo se nos escapa del fenómeno poético que debe figurar en el texto, como en Dante, palabras, palabras de color oscuro... es la mejor definición de la poesía.

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Mas sentí, en el vacío victorioso y culpable que entonces sobrevino, que un cuchillo me hendía del pavor de la muerte.

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Solo dos enfermos insalvables son capaces de amarse.

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Los ángeles son pese a esa desoladora plataforma de despegue, especies de los espacios ya saturados de forma, instancias últimas de traslado y fuga, apoyos evasivos hacia lo despejado del ser.

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¿Qué osáis dormidos sobre el tejado de mi infancia? ¿Por qué del todo no os decidís, efímeros? En mi balcón hubo una flama más ligera que vuestro murmullo.

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No me interesa tu flecha, sino el sentido de tu flecha. El territorio de la esperanza esta marchito de pasado. Siempre he tenido esperanza en mi fe, pero nunca fe en mi esperanza.

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Todo color no es más que el resultado cruento de una lucha titánica contra la luz devastadora, la luz borrante y atávica de las praderas del ser, tendido en el desamparo de sus anhelantes límites.

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