«A quienes lo quieran tachar de surrealista hay que decirles que es más certeramente el visionario que no acepta lo que aparentemente se capta con la primera mirada».

Así describe el académico José Ignacio Pérez Peinado a Salvador Morera. Unas palabras certeras que nos sitúan ante un artista crítico con su tiempo, y capaz de responder con recursos como la ironía o el humor negro a los desastres que contemplamos día a día.

Trabajador incansable y entusiasta conversador. Estos podrían ser otros rasgos que definen a este artista nacido en Peñarroya en 1944. Hombre inquieto, precoz y curioso, que se defiende en casi todos los territorios de investigación plástica: de la pintura a la escultura, pasando por la cerámica, la vidriera, etcétera. Un artista de taller, incansable explorador de técnicas y material nuevos, cuya obra posee, sin embargo, un marcado estilo propio. Resulta, de hecho, inconfundible todo lo que de sus manos sale. Ya sea una vasija, una escultura monumental o un pequeño retrato al óleo. Tal vez sea el modo como revisa la tradición realista, y la funde con el surrealismo o el postcubismo, aquello que lo hace tan distintivo. O quizá sea esa emoción que toda su obra destila lo que la singulariza. Y es que, apenas se le conoce, Morera se revela como un autor sentimental.

Por todas estas razones, Salvador Morera es un creador apreciado entre los artistas de su generación. Autor omnipresente durante décadas en Córdoba, pero que llevaba mucho tiempo sin exponer en la ciudad. Para subsanar estos años de ausencia, la Fundación Provincial de Artes Plásticas Rafael Botí ha decidido organizar esta antológica. En ella se desgranan las cuatro últimas décadas de trabajo incansable de este autor, a través de una selección de noventa piezas que pueden visitarse en el Palacio de la Merced y el Centro de Arte Rafael Botí.